Es claro que el hombre tiene su raíz en algo que es social en un sentido escueto y casi insignificante, en lo que el filósofo llamaría la intersubjetividad, o el sociólogo quizá la “sociedad constituyente”, idea que podría ser esclarecedora si no llevara un nombre tan irremediablemente anquilosado. Dicho de un modo más sencillo y probablemente más verdadero, la raíz del hombre no está dentro de los hombres como la de las cosas, sino entre ellos. Lo humano es lo que sucede entre nosotros, y a eso bien se le puede llamar social en el sentido escueto de que no es aislado e individual, encerrado en sí: de que no es en-sí.
Pero si lo humano es lo que circula más aún que lo que sucede entre nosotros, eso significa que de una manera o de otra está fuera de nosotros. En realidad está dentro y fuera al mismo tiempo, porque una vez más el dentro del hombre no es el dentro de las cosas, pero es necesario que esté fuera si ha de estar al alcance de todos. Y entonces lo que hay entre nosotros siempre puede tomar el sentido de lo que nos es exterior, de algo ajeno y que nos desprecia, de una exterioridad que fácilmente se presenta en la figura de lo impenetrable, lo inaccesible, lo inabordable. Ese espacio común, que no pertenece a nadie en particular, ni a cada uno en particular, constantemente se nos está haciendo ajeno; la circulación viva que era nuestro medio natural se vuelve movimiento mecánico, instrumental, cuando no simplemente inmovilidad, rigidez.
Tomás Segovia en una conferencia sobre la figura de Ramón Gaya en Fundación Cajamurcia.
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Palabra del día: TIFOSI